Con motivo del 50 aniversario de ASSITEJ se propuso a personas destacadas del teatro para la infancia y la juventud y socios de ASSITEJ de todo el mundo que dieran su visión en torno al lema: Un paso más allá. Intercambio intergeneracional . Desde ASSITEJ España hemos tenido la suerte de contar con las valiosas colaboraciones que a continuación reproducimos.
¿Diálogo intergeneracional? ¿En el teatro?
Jesús Campos García
En el 76-78 (Transición de la dictadura a la democracia) había mucho que decir y sentía la necesidad de contarlo. Y como, por otra parte, se daba la circunstancia de que mis hijos estaban en la edad de ser infantiles, traté de escenificárselo con las estrategias que consideré más adecuadas. No éramos enanos, éramos gigantes. Y esto era algo que había que tener claro si no queríamos ser manipulados. La Madrasta, la Reina, en definitiva, el poder quería que los enanitos trabajaran en la mina de diamantes, para así aumentar su belleza, o su riqueza, en vez de dejarles que extrajeran carbón con el que calentarse. La inocencia de Blancanieves o la llegada de un Príncipe Lejano que venía informado de otras realidades completarían la traslación del cuento tradicional a la nueva obra Blancanieves y los 7 enanitos gigantes, en la que se escenificaba la resis-tencia y el enfrentamiento ante el enemigo interior.
Pasaron muchos años, y también mucha vida, para que fueran otras las historias que podía contar, que sentía la necesidad de contar. La droga, que me había golpeado de cerca, era la cuestión con la que me dirigía de nuevo a un público infantil –en esta ocasión mis nietos–, y San Jorge y el Dragón la leyenda popular que utilicé como soporte para fabularla. La ciudad acosada por un dragón que habita en las alcantarillas entrega como tributo a sus jóvenes, tratando así de mantener un cierto equilibrio entre la pes-tilencia y la pujanza económica que generan tales negocios. Requerido San Jorge para que venga en su auxilio, este pretexta estar muy ocupado matando a sus propios dra-gones, y aconseja que actúen sin esperar a que nadie vaya a salvarles, pues todos de-bemos esforzarnos en la defensa de nuestra propia ciudad. Finalmente, cuando, tras muerte de la protagonista, sus amigos esperan que, como suele ocurrir en los cuentos, se produzca el milagro y todo acabe con final feliz, estos entenderán, muy a su pesar, que eso aquí no va a pasar porque la droga no es un cuento.
Y no hubo una tercera ocasión, aunque a veces lo haya intentado; pero, o no tuve clara la necesidad de decir o no tuve claro a quién me dirigía. Escribir orgánicamente conlle-va estos problemas. Decir, por tanto, que con mi trabajo haya podido contribuir al diá-logo intergeneracional me parecería un exceso. Ni aun habiendo escrito cientos de obras infantiles lo diría.
El teatro escrito por adultos para niños o jóvenes establece una comunicación, pero no un diálogo. El diálogo requiere reciprocidad. Que también los adultos seamos recepto-res de las dramatizaciones con las que ellos expresen sus emociones. Hace años que un grupo de autores de la AAT (Asociación de Autores de Teatro) vamos por institutos animando a los alumnos a que se prueben en la escritura teatral, como ya lo hacen de forma natural con la narrativa. Cuando todos seamos emisores y receptores, podrá hablarse de diálogo. Un diálogo desigual, pero no baldío.
Allá por los 70, una niña, de apenas catorce años, cuidaba de mis hijos –que entonces tendrían entre cinco y nueve años– cuando bajaban a la playa. Esto en los veranos, pero al parecer en los inviernos, como luego se verá, debía trabajar en otras casas en faenas más “laborales”. La niña –cuánto siento no recordar su nombre–, cuando supo que yo escribía teatro, tuvo la tentación de hacerlo ella también y, sin escribirla –que a saber si sabía–, inventó una escena que memorizó con mi hija. Ella sería la criada y mi hija la señora. Aún me asombro al recordar cómo no se fue por las ramas con cuentos y fantasías, sino que se ciñó a su realidad más inmediata. La criadita, escoba en mano, barría nerviosa y agobiada temiendo la llegada de la señora porque, según decía, aún lo tenía todo por hacer. Y, efectivamente, cuando llegaba la señora, esta se ponía a gritarle por lo sucio y desordenado que estaba todo. Asistir a aquella representación casera es lo más cerca que he estado nunca del diálogo intergeneracional. La obra fina-lizaba con la rebelión de la criada, que tiraba la escoba y salía gritando: “Mierda pa’ la escoba y el ama”.
Jesús Campos García es autor teatral, Premio Nacional de Literatura Dramática, presidente de la AAT (Asociación de Autores
de Teatro, con la que Assitej España realiza acciones conjuntas). La mayor parte de su ingente obra, se dirige a los adultos, pero ha hecho dos incursiones en el teatro para público infantil, Blancanieves y los 7 enanitos gigantes y La fiera corrupia.